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martes, 31 de julio de 2007

Divina Scarlett en verde



sábado, 28 de julio de 2007

Siga a esa rubia platino...


Un 'scooter' destrozado en la calzada, un taxi abollado, un 'mosso de esquadra' herido. Sangre, ambulancias, caos circulatorio... ¿Pero quién está rodando en Barcelona, Woody Allen o los hermanos Wachowski? Se trata de Woody Allen, claro, pero él nunca filmaría una secuencia que no pudiera ir sincronizada con un dulce solo de clarinete. Por eso el accidente de tráfico se produjo cuando ya habían gritado '¿corten!' y Scarlett se dirgía, tras una dura jornada, a descansar a su chalé-fortaleza de Sitges, acompañada, a saber: por su fiel guardaespaldas Eddie (de la paradójica estirpe de los 'gorilas' con cuerpo de mastodonte, alma de niño y nombre de perrillo faldero) y cuatro, que se dice pronto, policías autonómicos.¿Qué hacían cuatro polis escoltando a la Johansson y ninguno en diez leguas a la redonda la tarde que a mi prima le dieron el tirón desde una moto? Ah, eso mismo me pregunto yo... Pero se ve que la municipalidad tiene razones que la lógica ciudadana desconoce. Mi prima todavía anda buscando el bolso, pero la dulce Scarlett ya puede dormir tranquila porque... Cuatro esquinitas tiene su cama y cuatro 'mossitos' guardan su alma. Entre esto y el apagón, aquí van a rodar más cabezas que cuando lo de María Antonieta. Y si aún no ha empezado a caer la guillotina es porque los verdugos, suplente incluido, están de vacaciones por la parte de Salou. Va a tener que ir Berlanga a llamarlos a capítulo.El choque en realidad se produjo porque al del 'scooter' le dio un ataque de torería y, quién sabe si para impresionar a la rubia, intentó detener el tráfico con una larga cambiada. Pero hete aquí que su moto y su cuerpo serrano chocaron con varios factores adversos: A) un taxista cabreado (o sea, un taxista). B) un calor que funde. C) la hora punta. Cada uno de estos elementos son ya de por sí peligrosos, pero en combinación o cóctel pueden resultar letales. De ahí que el 'mosso' acabara en el hospital. Como consuelo le queda tatuarse sobre la herida de guerra una leyenda que diga: «Yo me la jugué por Scarlett Johansson». También podría pedirle a Woody un papelito en su peli. Pero me da que en esas películas no necesitan especialistas...Lo que también ha saltado por los aires es el romance entre Kate Moss y Pete Doherty. Ella se ha ido de casa. Normal, en la suya había más droga que en el Tour, esa prueba deportiva en la que no gana el que más corre sino el que menos se mete. ¿Para cuándo un Yonqui-Tour? El lema sería: «Y ahora que vamos todos hasta arriba, a ver quién es el guapo que sube el Tourmalet».Ya estoy viendo a ese pedazo de Doherty con el 'maillot' amarillo.

Bardem y Johansson lucen complicidad en Barcelona

Un pie de foto de ¡Hola! diría que Javier Bardem y Scarlett Johansson se miran muy sonrientes y derrochan complicidad. Una irónica voz en off de Aquí hay tomate, que el actor madrileño lanza a la protagonista de Lost in translation una mirada de esta noche repasamos juntos el guión. Bardem y Johansson fueron fotografiados ayer juntos por primera vez mientras trabajan a las órdenes de Woody Allen.
En la película que filma el director de Manhattan en Barcelona, Bardem da vida a un pintor que seduce a una turista estadounidense a la que encarna Johansson. Una de las secuencias transcurre en el único parque de atracciones de la ciudad, un escenario al que el cineasta recurre a menudo en sus películas (La rosa púrpura de El Cairo, Acordes y desacuerdos, Manhattan ).
La secuencia que rodó ayer la pareja de actores, de hecho, podría transcurrir en cualquier parque de atracciones del mundo: chico conoce a chica y pasean entre las casetas de una feria. En un momento dado, la pareja se detiene en un puesto de algodón de azúcar y el chico le compra un dulce para reponer los índices de glucosa.
PARODIA ANIMADA Allen recibió ayer en el set la visita de su esposa Soon Yi, a la que se ha visto más de compras por la ciudad que ejerciendo de consorte. La familia del rodaje al completo pudo ver la parodia que hizo un grupo de animadores del parque de atracciones del Tibidabo. Uno de ellos se caló un sombrero parecido al verde coronel tapioca que lleva el cineasta y unas enormes gafas. Al equipo de producción no le hizo mucha gracia el gesto y los trabajadores tuvieron que cambiarse.
Penélope Cruz, el vértice del triángulo amoroso de la película, se incorporará al rodaje el lunes en Asturias. La actriz aprovecha bien el tiempo. Los tabloides británicos le colgaron ayer un romance con Bono, el líder de U2, después que los dos saliesen de la mano, con mucha complicidad (que diría ¡Hola! ) de un club de Saint Tropez.

jueves, 26 de julio de 2007

Scarlett Johansson compró una mansión de $8 millones de dólares

Scarlett Johansson acaba de comprar una enorme casa por $8 millones de dólares. La nueva propiedad de la actriz de 22 años se encuentra ubicada en Hollywood Hills, una exclusiva área de Los Angeles, y pertenecía al director de cine Harold Becker.

Una fuente citada por Malaysia Sun dijo: “Es una propiedad gigante con siete habitaciones y siete baños”. Además, la estrella de “Perdidos en Tokyo” tendrá de vecinos a varias celebridades: Brad Pitt y Angelina Jolie, Sharon Stone, Meg Ryan y Denzel Washington.

A pesar de que Scarlett desembolsó una buena cantidad de dinero para adquirir su nueva mansión, la suma es muy inferior a la que otras estrellas han gastado en sus casas. Uno de los casos más recientes es el de Victoria y David Beckham, quienes invirtieron $22 millones en una propiedad en Beverly Hills. Otro ejemplo resonante es el de Tom Cruise y Katie Holmes, cuya casa costó $34 millones de dólares.


miércoles, 25 de julio de 2007

Lost in Translation / Perdidos en Tokio

Bob Harris es un conocido actor norteamericano cuya carrera ha caído en picada. Como necesita trabajar, acepta participar, a cambio de una generosa remuneración, en un anuncio de whisky japonés que se va a rodar en Tokio. En su primera visita a Japón, experimenta un considerable choque cultural, por lo que pasa la mayor parte del tiempo libre en su hotel. Precisamente en el bar del hotel conoce a Charlotte, una mujer de veintitantos años que está casada con un fotógrafo de renombre. Éste se encuentra en Tokio cumpliendo un encargo profesional, y mientras trabaja, su mujer distrae el tiempo como puede. Además del común aturdimiento ante las imágenes y los sonidos de la inmensa ciudad, Bob y Charlotte comparten el descontento con sus vidas. Poco a poco se hacen muy amigos y a medida que exploran la urbe juntos empiezan a preguntarse si su amistad se transformará en algo más.


Reparto: Scarlett Johansson, Bill Murray, Akiko takeshita, Kazuyoshi Minamimagoe, Kazuko Shibata, Ryuichiro Baba, Akira Yamaguchi, Catherine Lambert

Director: Sofía Coppola

Género: Comedia dramática

Duración: 110'

"La fama es a veces agradable y a veces extraña"

Cinemanía Junio '06



Scarlett Johansson
"La fama es a veces agradable y a veces extraña"



Por Hernán Iglesias-Illa, desde Nueva York



El ascenso al olimpo hollywoodense de Scarlett Johansson, con sus curvas imperfectas y esa voz (¡esa voz!), sólo se explica por su talento como actriz y una turbadora sensualidad que la hace irresistible. Aunque todavía no cumplió 22 años, su etapa de estrellita adolescente alternativa quedó atrás hace tiempo, sobre todo desde Perdidos en Tokio, la película en la que los críticos y los cinéfilos se enamoraron (no sólo artísticamente) de ella e iniciaron una ola de devoción que hoy abarca a casi todo el mundo. Un poco peleada con Hollywood, pero no tanto, Johansson disfruta del momento lo mejor que puede, aunque, como buena neoyorquina, se siente más cómoda eligiendo el pesimismo y los días nublados.



Lo primero que mucho de nosotros recordamos de Scarlett Johansson es una bombacha rosa semitransparente, la forma cotidiana de un traste aburrido y unas letritas blancas sobreimpresas que dicen: Lost in Translation (Perdidos en Tokio). Hasta entonces, su nombre había sido uno más en la nebulosa de jóvenes actrices posadolescentes luchando por ingresar en la adultez, un purgatorio del que muchas en Hollywood, a la espera del papel salvador, no salen nunca. Johansson había sido, por supuesto, "la nena" de El señor de los caballos y "la amiga" de Thora Birch en Ghost World, pero viéndola sentada, con esa mirada triste, contra la ventana de acrílico del Hotel Park Hyatt de Tokio, la ciudad azul y gris que está 100 metros más abajo, dos minutos después de empezada la película ya sabemos que la tenemos tatuada en la memoria y que no vamos a volver a confundirla con nadie.



A Perdidos en Tokio le perdonamos las docenas de chistes sobre el acento de los japoneses y la a veces desagradable sensación de superioridad con la que Charlotte y Bob, los protagonistas, tratan al Japón que los rodea. Lo hacemos principalmente porque es una película hermosa: esa belleza quiera -la de los días nublados y sordos, la del indolente lujo cinco estrellas pagado por corporaciones desconocidas, la de Bill Murray desafinando y soltándose en el karaoke de "More Than This", la del susurro final en el oído- es la que nos mantiene siempre cerca de la película, sonriendo de placer cuando Scarlett, con peluca fucsia y un poco borracha, se ríe por primera vez y nos deja entrar a todos, también a Bill Murray, en sus adorables ojos de niña melancólica.



A partir de ahí, desde ese momento, todo cambió para ella. Dos años después ya había sido nombrada la mujer más sexy dl mundo por la revista FHM y había rondado el top 5 en otros de los muchos ránkings similares que se publican cada fin de año. Lo que es más difícil de explicar es por qué toda la explosión ocurrió a partir de la Charlotte de Perdidos en Tokio, un papel que está lejos de ser material de póster: ella es una licenciada en filosofía más cerebral que sensual, más taciturna que pizpireta, más Sofia Coppola que Kelly, la actriz-rubia-tilinga que también se hospeda en el hotel y de quien la película se burla sin piedad.



Así, con un personaje que excitaba más a los estudiantes de doctorado que a los universitarios bebedores de cerveza, Scarlett dio el primer gran paso para convertirse en el impronable sex symbol que es hoy. Sólo después de haber sido declarada bomba sexy, se atrevió a ser sexy: se platinó el pelo, adelgazó unos kilos y se tiró al tren bala de Michael Bay para filmar una película, La isla, para cuyo papel protagónico hasta hacía poco las únicas candidatas posibles podrían haber sido Uma Thurman o Charlize Theron.



Para los jóvenes cinéfilos y algo intelectuales, el triunfo de Scarlett en el olimpo de Hollywood es casi un triunfo propio: para muchos de nosotros, ella es esa compañera de facultad linda, inteligente, sexy y misteriosa que casi nunca existe en la vida real. Pero, si pudiéramos encontrarla, no sólo nos enamoraríamos de ella, sino que también sabríamos, con secreta pedantería, que es el tipo de chica que se siente atraída por los semigeeks tímidos y balbuceantes como nosotros. Ni Charlotte ni Scarlett, nos gusta pensar, son de esas chicas que se dejan seducir por músculos, una cara bonita, un auto de lujo o una billetera generosa. No, Scarlett Johansson ve más allá del todo, como hacemos nosotros, y valora en un hombre la sensibilidad por los productos culturales, el sentido del humor y todas esas cosas que tenemos las almas sensibles.



Lamentablemente, debo decir, Scarlett nos ha traicionado, o quizá nunca haya sido quien creíamos que era. Desde hace casi un año está de novia con Josh Hartnett, actor de mandíbula cuadrada y sonrisa de acero, cortado con tijera para hacer de mariscal de campo en las películas estudiantiles o de soldado heroico y disciplinado en los films de guerra. Nos resulta incomprensible que el protagonista de Pearl Harbor o de 40 días y 40 noches, dos películas de Hollywood que amamos odiar -una patriotera y de fórmula, la otra conservadora y descerebrada-, sea ahora el novio de Scarlett, nuestra ex chica sensible, la nerd que se pasó al bando de las populares. (Hartnett, hay que admitirlo, estuvo en un par de películas más o menos buenas, como Las vírgenes suicidas y La caída del halcón negro, y conoció a Johansson filando The Black Dalia, la nueva de Brian de Palma, pero aun así es más que nada lo que en la Argentina de los 80 se llamaba "un galancito".)



Todo lo que podamos decir, de todas maneras, sobre Scarlett Johansson debe tener en cuenta un terco dato biográfico que la imagen ofrecida por ella desde la pantalla intenta todo el tiempo desmentir: todavía no cumplió 22 años. Hace unos meses, durante la promoción de La isla, fue al programa de David Letterman y los productores pasaron una parte de la visita que la propia actriz había hecho después de haber filmado El señor de los caballos. "Eso fue hace seis años", dijo la estrella, toda una mujer-estrella, sobre las imágenes de una niña que se acomodaba el pelo chato detrás de las orejas y todavía no tenía ninguna de las curvas que la han hecho famosa. Scarlett ha explotado de golpe, casi sin que nos diéramos cuenta: lo que nos engaña y nos deja indefensos, lo que esconde el paso del tiempo, es la tremenda confianza en sí misma que tiene a la hora de actuar, una sensación de dominio sobre sus personajes que actrices varios años mayores todavía no pueden conseguir. En Girl with a Pearl Earring no dice más de 50 palabras, pero todo el tiempo sabemos bien que a su personaje le da mucha vergüenza y rabia el acoso de Vermeer (Colin Firth) y de su mecenas (Tom Wilkinson), pero que también tiene bastantes ganas de rendirse a su patrón: Johansson es un volcán a punto de explotar -y explota una noche con Cillian Murphy en un cobertizo-, que hace los gestos mínimos, una mujer invisible a la vista de todos. Cuando Vermeer le muestra el borrador del retrato en que se basa la película, Griet, el personaje de Johansson, dice, sorprendida: "Has mirado dentro de mí". Lo mismo habíamos estado haciendo nosotros.



En el complejo proceso por el cual seres humanos más o menos corrientes se convierten en superestrellas de Hollywood hay películas pero también hay muchas otras cosas, como tapas de revistas. Para Scarlett Johansson, mucho más que para Keira Knightley o el ególatra de Tom Ford, esa tapa fue la de Vanity Fair de febrero de este año, en la que, desnuda y boca abajo, muestra un culo heterodoxo, pantorrillas antirreglamentarias y una mirada entre malhumorada y sobradora. Scarlett llegó a la tapa de Vanity Fair y obtuvo sus beneficios mostrando una soberana falta de interés por cosas que en Hollywood parecían ser sagradas: exhibió carnes blandas, un color de piel que ya nadie tiene en Los Ángeles y esos tobillos como cilindros que muchas mujeres anónimas no se animarían a mostrar en público ni por el doble del dinero que cobró Johansson por haber posado aquella mañana ante la cámara de Annie Leibovitz. Y, sobre todo, escondió las tetas, el fetiche por el que la mitad babeante del planeta la ha estado persiguiendo todos estos años.



Scarlett no hace ejercicio, come lo que quiere y se deja llevar por los caprichos de la balanza, que unos días le da buenas noticias y otros, como a casi todo el mundo, no tanto. Le debe parte de su fama a sus pechos, que parecen brotarles desde el alma, como su toda ella fuera así, blanda y suave; y a sus labios, esas almohadas moradas donde uno quisiera tirarse a dormir la siesta. A este cuerpo le pone vida una voz que es una grieta, un susurro profundo y arrugado. Su voz es para nosotros como el canto de las sirenas para Ulises, pero el de una sirena que se acaba de fumar dos cartones de cigarrillos.



De todas estas cualidades, la voz sería la única que permanecería inalterable si decidiera someterse en algún momento a la disciplina de los gimnasios o al régimen militar de la dieta South Beach. Algunas de sus compañeras de generación y de perfil semiindependiente, como Thora Birch y Christina Ricci, adelgazaron tanto que han perdido toda su gracia. Dos chicas que hicieron sus mejores papeles con menos de 20 años siendo más bien gorditas (Birch en Belleza Americana y Ghost World; Ricci en The Ice Storm y Lo opuesto del sexo), prefirieron entran en la adultez convirtiéndose en mujeres superflacas, y desde entonces casi no hemos tenido noticias de ellas. La Ricci de La vida y todo lo demás, de Woody Allen, esquelética, en bombacha y de mal humor durante la mitad de la película, es un personaje mucho más irritante que sexual. Johansson ha preferido no seguir ese camino, y por ahora al parecer le va bien así.



"No me adapto demasiado a lo que me está pasando. Es un ajuste que voy a tener que tratar de hacer con el tiempo, pero a mís 21 años sigue siendo algo que me excede. No sé cómo otra gente logra superarlo"



Otro camino diferente que ha decidido elegir es el coqueteo permanente entre Hollywood y el cine independiente filmado por fuera de los grandes estudios. Scarlett se había convertido en estrella cinematográfica y sexual antes de haber protagonizado su primera superproducción (La isla, un fracaso comercial) y después de haberse construido a sí misma en películas de "clase media", producciones con presupuestos de alrededor de 15 millones de dólares que cuentan con estrellas en busca de premios o prestigio, que gustan lo suficiente como para ser bien distribuidas. Perdidos en Tokio es una película de ese tipo, pero también lo son En buena compañía, una bienintencionada y agradable comedia romántica con Dennis Quaid y Topher Grace, y Secretos del pasado, un menos agradable pero inofensivo melodrama con John Travolta. Woody Allen, que llevaba años intentando no caerse de la clase media y ahora lo ha logrado gracias a los fondos de la BBC, le dio a Johansson un papel en otra película (Match Point) que parecía del mismo tamaño que las anteriores, pero que finalmente, por su inesperado éxito, se convirtió en mucho más que eso. El embrujo también afectó al propio Woody, quien volvió a usar a Scarlett en la todavía no estrenada y también londinese Scoop, que en la Argentina podría titularse Primicias, si no nos hiciera acordar tanto a Roberto Petinatto y Araceli González en la redacción de Canal 13 de hace unos años.



La ambigua posición de Scarlett con respecto a Hollywood quedó reflejada claramente en agosto del año pasado, cuando los productores de La isla, que gastaron 125 millones de dólares y recaudaron bastante menos, la acusaron de poner poca energía en la promoción de la película y de no conectar con la audiencia joven a la que estaba destinada. La acusaron de "consentida de la crítica" y dijeron que "estrellas de TV mucho menos conocidas" habrían llevado más gente al cine. Scarlett se enojó y les respondió: "Son un claro ejemplo de aquellos productores que se pasan la pelota unos a otros y no se hacen responsables de sus propios errores a lo largo de la promoción de la película. Yo estoy orgullosa de mi trabajo".



También cometió la arriesgada osadía de rechazar el ofrecimiento de Tom Cruise para que fuera su objeto de interés romántico en Misión: Imposible III, papel que finalmente tomó Keri Russell, la chica de Felicity. La excusa oficial fue un "conflicto de agendas", pero la revista Radar publicó, sin que nadie lo desmintiera, que el galán que está en baja -nadie le perdona todavía sus saltos de amor frenético en el programa de Oprah Winfrey y sus sermones en contra de la psiquiatría- invitó a Johansson a comer a un centro de la Iglesia de la Cientología en Los Ángeles y, después de horas de proselitismo para intentar reclutarla, abrió una puerta para dejar entrar a una decena de conocidos fieles de esta peculiar creencia tan popular en Hollywood (me deprime pensar que Jason Lee, un actor que me caía muy bien, se ha hecho cientólogo: dejaría de ver My name is Earl si no me hiciera reír tanto). En ese momento, según la revista, Scarlett se excusó y se fue, y no atendió nunca más las llamadas de Cruise y sus productores.



Por lo visto, a ella no le molesta perder amigos en California, quizá porque su corazoncito está en Nueva York, la ciudad donde nació y creció y donde el año pasado invirtió dos millones de dólares en comprar un departamento en Tribeca, el renovado barrio ex industrial, a pocas cuadras de donde estaban las Torres Gemelas y que hoy alberga los hogares de varias luminarias del cine, con Robert De Niro como pionero y líder espiritual. Scarlett quizá ni siquiera tenga el carácter adecuado para adaptarse al clima soleado y a los cielos azules de Hollywood: neoyorquina y de madre judía, ella, como Woody Allen y Seinfeld, probablemente se sienta más cómoda anunciando tormentas e insultando a las nubes.



Ella, que en el trato personal es mucho más tímida de lo que sugiere su sensualidad y su control de sí misma en la pantalla, trata de explicarlo lo mejor que puede. En una entrevista con el hombre de CINEMANIA en Los Ángeles, hace un par de meses, respondió a la pregunta acerca de si no creía que el éxito podría subírsele a la cabeza: "No hay posibilidades de que eso me ocurra, porque estoy orgullosa del trabajo que hago. Y aunque es maravilloso que la gente lo aprecie, para mí son pequeñas obras de arte que hago junto a otras 200 personas. En cuanto a mi carrera, mientras me permitan seguir haciendo películas por las que yo pagaría diez dólares la entrada, no me hace ninguna diferencia si el resto de la gente quiere pagar o no sus diez dólares. Mientras pueda mantener mi integridad y abstenerme de participar en cualquier cosa sólo para seguir trabajando, voy a estar contenta, aunque sepa que no siempre la película va a salir bien".



No sólo por poner en duda los cánones de belleza y despreciar a los productores de los blockbusters es que Scarlett se ha convertido en una estrella poco habitual. Mientras las actrices de su edad tienden a hacer comentarios políticos, más allá de las ocasionales participaciones en actos de beneficencia o adhesiones a pacifismos poco comprometedores, Johansson hizo abierta campaña en 2004 por el candidato demócrata, John Kerry. Después de las elecciones, y de la reelección de George W. Bush como presidente, la actriz declaró, muy seria: "Estoy muy decepcionada. Creo que esta es una gran desilusión para un amplio porcentaje de la población". Tenía 19 años cuando lo dijo; el corazón de los progresistas neoyorquinos se derritió de amor en ese mismo instante.



"Creo que Scarlett es una actriz muy sexy, muy hermosa, muy talentosa, alguien que llama mucho la atención en la pantalla grande. Como tantos otros directores, sentí que ella era una nueva estrella de cine que se había ganado un lugar en las películas, y no de manera superficial"



Woody Allen



A mi mujer, que tiene alma de neoyorquina, aunque haya nacido en Moscú, le gustan las actrices con fama de inteligentes y atractivos sexuales imperfectos: Susan Sarandon, Cate Blanchett, Kate Winslet y Natalie Portman, por ejemplo, en orden descendiente de generaciones. Lo mismo opinan sus amigas que, de la misma manera, aprecian a Scarlett Johansson con el mismo fervor con el que desprecian a otras starlets de su generación, especialmente a Lindsay Lohan. Scarlett ha conseguido, gracias a esa entelequia llamada carisma, que no podemos definir pero que sabemos reconocer, el cariño de los hombres -de los que tienen pretensiones artísticas y de los que sólo miran su escote- y de las mujeres, que por alguna razón sienten que les gustaría tenerla como amiga.



La vida, por el momento, sigue viajando rápido para ella. Este año estrenará tres películas: Scoop; The Black Dalia (basada en una novela de James Ellroy, el autor de Los Ángeles al desnudo); y The Prestige, dirigida por Christopher Nolan (Memento, Batman inicia), en la que Christian Bale y Hugh Jackman serán dos magos rivales en la Londres de hace un siglo. No hay películas de acción: quizá no quiera volver a quemarse con el fuego de Michael Bay, al menos por un tiempo. No tiene por qué hacerlo: siendo ella misma, aun cuando ni siquiera sepa en qué consiste, por ahora está logrando controlar el huracán. Quizá no del todo, pero lo intenta: "Muchas veces me derrumbo emocionalmente", admite. "No me adapto demasiado a lo que me está pasando. Es un ajuste que voy a tener que tratar de hacer con el tiempo, pero a mis 21 años sigue siendo algo que me excede. No sé cómo otra gente logra superarlo. Hablé con otros actores que me contaron que cuando llega el momento en que sienten que la gente los está tratando mal se suben a un avión y se van de vacaciones a Hawaii. El que me dio la fórmula ha estado en esta industria durante 35 años. Tal vez todo pase por adaptarme de una vez por todas y tomarme un avión a Hawaii cada vez que me sienta superada por los acontecimientos".



¿Por qué? ¿Es tan difícil ser la actriz del momento?



No sé, no pienso demasiado en eso. No es algo que me resulte obvio. Prefiero mantener un perfil bajo porque no me interesa demasiado la fama. No salgo a pasear medio desnuda por la calle, ni hago escándalo cuando aparezco en público. La fama es a veces agradable y a veces extraña. Como cuando me siento a tomar un café, y pienso que estoy en un momento privado y por ahí me estoy metiendo el dedo en la nariz o haciendo alguna otra cosa de la que podría llegar a avergonzarme, y de pronto alguien se me acerca y me dice algo muy lindo y muy elogioso. Le agradecés, y después seguís haciendo lo que estaba haciendo, pero ya te dite cuenta de que todo el mundo a tu alrededor te está mirando. Ese momento que pensabas que era privada dejó de serlo. Pero, más allá de eso, no es algo que me inquiete demasiado.



Pero cuando eso llega a las revistas todo debe ser distinto. ¿Cuánto te preocupa que la gente quiera saber cosas sobre tu vida privada?



Un poco me preocupa. Lo peor es que uno nunca se puede preparar para una situación así. De pronto ocurre y cada vez que eso pasa te da un ligero ataque de nervios. Uno sigue haciendo las mismas cosas de siempre, pero tiene que hacer extraños ajustes para seguir adelante con su vida. Estás comprando una porción de pizza y de repente te das cuenta de que hay un papparazzi sacándote una foto. Ésa no es una situación normal. Es muy incómoda. La verdad es que no estoy preparada para esta invasión a mi vida privada.



Match Point no sólo incrustó a Johansson en el firmamento de las estrellas sino que también le dio un papel que se parece mucho a su figura pública actual: la mujer por la que los hombres son capaces de hacer cualquier cosa y a la que incluso hay que asesinar para librarse de su hechizo. En este momento, los varones del mundo están igual que Jonathan Rhys-Meyers en la película: sometidos, como una droga de la que uno quiere volverse adicto, aun sabiendo que será un proyecto ruinoso. En sus no muchas películas posadolescentes, Scarlett ya ha arruinado o salvado la vida de por lo menos tres hombres adultos: Bill Murray, John Travolta y Colin Firth. Los tres vieron algo en esa mujer-chiquilla: una avalancha de sensaciones que los hizo bajar la guardia y quedarse sin defensas. Así está el mundo ahora, así estamos nosotros: con la guardia baja, dejándonos llenar de Scarlett. Como en Match Point, ésa es nuestra relación con las estrellas: un día las adoramos, otro día las matamos con una escopeta de caza.


Fuente:


Natural pero aún preciosa





martes, 24 de julio de 2007

Divina en Louis Vuitton










A Scarlett le gusta su aro en la nariz


Scarlett Johansson dice que no hay nada malo con su piercing nasal, insistiendo que ilumina su "lado creativo". La actriz de Lost in translation, quien también es la cara de los cosméticos L'Oreal, sorprendió a fans cuando se puso su piercing, el cual rápidamente fue capturado por las cámaras de muchos fotógrafos.


Sin embargo, Scarlett está segura de amar su piercing, el cual mostró primero orgullosa en Nueva York en Marzo, diciendole a los reporteros: "Tiene que ver con mi lado creativo y personalmente creo que luzo adorable. ¿Cuál es el problema exactamente con él?".


No es la primera vez que la actriz se aventura con un piercing. La estrella también tiene uno en la parte dura del cartílago dentro de su oreja, uno en su ombligo, tres en su oreja, y otro en la nariz, desafiando a su madre, quien aparentemente no es una fan de los aros de su hija.


Scarlett previamente declaró: "My madre me dice 'No más'. No me dejará hacerme ningún otro".

lunes, 23 de julio de 2007

Blog de Scarlett en español